Domingo 11 de julio de 2010, a las 7:30 de la mañana, 33 osados y madrugadores "Malayos" (la condición sine cuanon de los malayos -¿se escribe así?), nos dimos cita al final de La Dehesa, con garúa y todo igual emprendimos caminata.
La nieve de los días anteriores dieron un colorido al paisaje precioso y se disfrutó, taaanto como el frío. Sin embargo, de vez en vez, asomaba el sol y a medida que se ascendía más, el sol daba más luz, pero ese sol de invierno esquivo en calor y esa altura generosa en viento helado.
Sincerándome, en estos últimos meses, sólo he podido salir una vez al mes y para hacerlo con "Los Malayos", viene fatal el entrenamiento. En invierno no he podido salir más, por eso durante toda la ruta Pablo, quien venía cerrando el grupo, venía alentándome para avanzar y sólo a pocos 100 metros de desnivel antes de llegar a la cima (que eran como 40 minutos más de caminata) tuvimos que detenernos. Hacía mucho cansancio y mucho frío. Junto a Elena, Jorge Baldrich y Pablo, nos detuvimos a merendar.
"Casi llegamos a la cima", "casi se nos congelaron los dedos"... pero nos reímos un montón...
Los chiquillos (Jorge y Pablo) aperraron con nosotras, Elena tuvo inicio de hipotermia y yo un cansancio de término! ja!
Luego... una "nube pasajera" nos desorientó...
..."casi nos perdimos", pero finalmente al buen "grito de pulmón" (de Baldrich por cierto) retomamos senda con los malayos y pudimos reportar el estado del grupo.
En esto de la andanza de la montaña, sin duda que se aprende muchísimo... de trabajo en equipo, de cuidarse a uno mismo y al compañero o compañera, de contemplar y respetar el entorno, de contemplar y respetar el mundo propio, ese, el interior. Sin duda, esa fue parte de la cosecha de esta ruta. Y agradecida regresé a casa, de los amigos, de los compañeros y de mi cordada, don Gusta!
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